Para la prevención y el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares:
Son esenciales
Los dos ácidos grasos de origen marino, el ácido eicosapentanoico (EPA) y el ácido docosahexaenoico (DHA), no pueden ser sintetizados por el cuerpo humano ni tampoco obtenerse en cantidades suficientes a partir del ácido alfa linolénico de origen vegetal debido a las condiciones nutricionales actuales.
A pesar de la importancia del EPA y DHA para las personas, las fuentes de estos ácidos están desapareciendo poco a poco de nuestra dieta diaria.
Antes se alimentaba a las gallinas con harina de pescado, por lo que los huevos contenían EPA y DHA.
Los peces procedentes de la acuicultura, que representan al menos el 50 % del pescado que se consume en la mayoría de los países industrializados, contienen menos cantidad de EPA y DHA, ya que, por razones económicas, los criadores cada vez utilizan menos aceite y harina de pescado para su alimentación (1).
El EPA y el DHA forman parte de los fosfolípidos de las membranas celulares.
La composición de ácidos grasos de las membranas de las diferentes células está regulada cualitativa y cuantitativamente dentro de unos límites estrechos, al igual que la incorporación y la degradación de los diversos ácidos grasos.
Los lípidos cerebrales están compuestos en ciertas partes por hasta un 70 % de DHA, mientras que en otros órganos como el corazón, las concentraciones de DHA y EPA pueden alcanzar hasta un 5 %.
El porcentaje de EPA y DHA en las membranas celulares no sólo influye en las propiedades físicas de las mismas (por ejemplo, su flexibilidad), sino que también modula funciones celulares como las de los canales iónicos, la transducción de señales y la expresión génica (2).
Por otra parte, el EPA y el DHA constituyen la materia prima para los moduladores de respuestas biológicas, como los eicosanoides y las neuroprotectinas, a los que se atribuyen propiedades antiaterogénicas, antiarrítmicas y antiinflamatorias.
La cantidad de EPA y DHA en los órganos internos está en correlación con su proporción en la membrana de los eritrocitos.
La existencia de una deficiencia de EPA y DHA se detecta midiendo los niveles en sangre, si bien la medición de la composición eritrocitaria de ácidos grasos (índice de omega-3) es el método que ha demostrado ser más eficaz. Si los ácidos grasos omega-3 se ingieren con una comida baja en grasa (como suele ser el desayuno), su biosdisponibilidad es hasta 13 veces menor que con una comida rica en grasas.
En muchos estudios de intervención a gran escala, el EPA y el DHA se administraron con el desayuno en forma de un éster etílico sin emulsión, que es el que ofrece el peor grado de biodisponibilidad. Eso explicaría, en parte, los resultados neutros de los ensayos clínicos realizados hasta ahora. Además, los valores del índice de omega-3 dependen de los factores genéticos, las zonas de distribución, el catabolismo y otros factores. De ahí que no sea extraño que los resultados del índice ante un aumento de la ingesta de EPA y DHA varíen tanto de una persona a otra.
La relación entre la ingesta y los niveles en sangre de EPA y DHA es, por tanto, muy débil. Las funciones celulares guardan una correlación mucho más fuerte con el índice de omega-3 que con la ingesta.
Numerosos estudios epidemiológicos están basados en la documentación del consumo de EPA y DHA, mientras que en estudios más recientes se han medido los niveles en sangre de estos dos ácidos grasos.
Para la prevención y el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares, se ha propuesto un índice de omega-3 con un rango objetivo de entre el 8 y el 11 %.
Un índice por debajo de este rango se ha asociado en los estudios con un mayor riesgo de mortalidad por todas las causas, muerte súbita cardiaca e infarto de miocardio mortal y no mortal (1). Asimismo, hay estudios que han demostrado una asociación entre un índice de omega-3 insuficiente y una mayor probabilidad de tener una estructura y función cerebral deficitaria, lo que se manifiesta en una disminución de las funciones cerebrales complejas como la función ejecutiva, la memoria, la atención o el desarrollo de una depresión (2).
No obstante, los resultados de numerosos ensayos clínicos en los que se administró EPA y DHA son contradictorios. Como posibles causas habría que mencionar, aparte del uso de suplementos de EPA y DHA con escasa biodisponibilidad, el hecho de que los participantes en el estudio ya tuvieran niveles sanguíneos dentro del rango objetivo al principio del estudio y que los niveles sanguíneos de los sujetos en los grupos de intervención y control/placebo fueran similares debido a las gran variabilidad individual en la respuesta del índice de omega-3 a los suplementos dietéticos. Para obtener resultados más claros, los futuros estudios de intervención deberían reclutar participantes con un índice inicial bajo de omega-3 y alcanzar el rango objetivo propuesto de entre el 8 y el 11 % con dosis variables.
Dado que no se ha llevado a cabo ningún ensayo clínico a gran escala basado en el índice de omega- 3, todavía no hay evidencias directas que permitan extraer consecuencias terapéuticas del cálculo del índice de omega-3. Sin embargo, varias directrices cardiológicas ya recomiendan un mayor consumo de EPA y DHA en la prevención cardiovascular.
Los problemas de salud mencionados están aumentando con los años en todo el mundo. En el año 2020, las enfermedades coronarias, la depresión y las enfermedades cerebro vasculares, incluyendo la demencia, estarán entre las cuatro afecciones más comunes en el mundo occidental. No así en Japón y Corea, donde estas enfermedades son poco frecuentes y el índice de omega-3 es significativamente más alto que en los países occidentales (1).
La consecuencia será un incremento drástico de los costes de los sistemas de salud. Por otro lado, el porcentaje de personas con un índice de omega-3 por debajo del margen recomendado parece estar en aumento, ya que el EPA y el DHA están desapareciendo poco a poco de nuestra dieta.
Muchas poblaciones de peces están amenazadas, la pesca no crece desde hace años, ni tampoco la producción de aceite de pescado. Actualmente se están explotando nuevas fuentes de EPA y DHA, como las algas y los camarones. Una forma de aprovechar de manera más eficiente los recursos existentes sería acortar la cadena alimentaria haciendo que, por ejemplo, el aceite de pescado llegue directamente a las personas en forma de suplementos dietéticos sin tener que pasar primero por la piscicultura.
En los estudios de intervención realizados hasta la fecha, el EPA y el DHA presentan el mismo grado de tolerancia que el placebo (2), y no se ha observado una posible predisposición teórica a las hemorragias. Tampoco está justificada la sugerencia de estudios epidemiológicos metodológicamente deficientes de que el EPA y el DHA podrían aumentar la incidencia de cáncer de próstata (1, 2). A diferencia de los peces depredadores, los suplementos dietéticos normales como fuente de EPA y DHA no están contaminados con metales pesados u otro tipo de tóxicos.
La Administración de Medicamentos y Alimentos de EE. UU. (FDA, por sus siglas en inglés) considera segura una dosis diaria de 3 g de EPA+DHA, mientras que para la Agencia Europea de medicamentos la dosis segura es de 5 g al día. A la luz de estos datos, es muy cuestionable que pueda sostenerse la afirmación realizada por algunos de que los suplementos dietéticos con EPA y DHA son innecesarios o incluso peligrosos.
Basado en: von Schacky C. Nahrungsergänzung mit Omega-3 Fettsäuren? herzmedizin. 3/2014.
1. von Schacky C. Omega-3 index and cardiovascular health. Nutrients. 2014; 6:799–814.
2. von Schacky C. Hirnstruktur und Hirnfunktion: Die Rolle der Omega-3-Fettsäuren. Z. Orthomolekulare Medizin. 12/2014.
Nuestra Fuente: http://www.nutri-facts.org/esp/